Cómo afecta la inflación a nuestras finanzas

La palabra inflación está estrechamente ligada a la idea de hecatombe y no es para menos, ya que atenta fuertemente contra el poder adquisitivo de los pobladores de una nación.

No estamos hablando de la subida de precios de un determinado rubro de la economía, sino del aumento generalizado de precios. Al menos es lo que más directamente percibe el consumidor.

Cada vez que se acude a comprar bienes y servicios se aprecia un aumento del precio de los mismos. Sin embargo, lo que está ocurriendo en realidad es que el signo monetario –la moneda de curso legal, cualquiera que esta sea– pierde valor sostenidamente.

Esto explica que la elevación permanente de los precios afecte a todos los productos de la economía sin discriminar. Bien sean artículos de primera necesidad, productos de uso diario y servicios de cualquier tipo, sufren alzas en sus precios.

¿Cómo se origina el problema?

El fenómeno de la inflación está hartamente estudiado por los especialistas en la materia. El análisis de las experiencias vividas por algunos países en donde se ha desatado este terrible problema, ha permitido teorizar sobre el asunto suficientemente.

Afortunadamente y gracias a lo indicado, las autoridades monetarias de las naciones modernas tienen un ABC de cómo no tentar al demonio de la inflación dentro de sus ámbitos geográficos.

¿Y entonces por qué siguen ocurriendo en algunas latitudes situaciones de descontrol en la tasa inflacionaria? Las políticas monetarias son el conjunto de decisiones tomadas a favor de mantener el valor de la moneda que use un país para el intercambio de sus bienes y servicios. Simplemente reúne las decisiones que generalmente son responsabilidad del Banco Central de cada país.

Cuando los que están a la cabeza de estas instituciones desdeñan esas normas fundamentales de la economía que favorecen la preservación del valor de la moneda en curso, empiezan los inconvenientes.

Dinero no es riqueza

A pesar que todos percibimos que el dinero es riqueza, no necesariamente es así. El dinero es un medio de intercambio y su valor es artificial. Es una imposición que hace una sociedad para que todos sus miembros acepten el signo monetario seleccionado.

Podemos decir que el dinero es una expresión de la riqueza, siempre y cuando permita adquirir bienes y servicios, pero la riqueza cierta viene dada por los bienes y servicios que poseemos.

Estamos ante una alerta roja de inflación inminente cuando un gobierno se alía al Banco Central para pretender escamotear esta realidad, pretendiendo que engrosar la masa monetaria (es decir, la cantidad de billetes que se emite) permitirá traspasar libremente los límites de su presupuesto.

Por algo los Bancos Centrales responsables tienen que estar en constante monitoreo de la economía para mantener un equilibrio entre el conjunto de bienes y servicios que se producen en un cierto lapso de tiempo y la cantidad de dinero que circula.

Esto garantiza que los ciudadanos puedan intercambiar sin trabas y favorecer la actividad económica, que al final es la que procura el bienestar material. De allí la cantidad de información técnica que estos organismos debe generar para que los conocedores de la materia puedan visualizar el panorama y actuar en consecuencia.

La figura del Banco Central

Un poder ejecutivo con un desmesurado apetito fiscal –pretensión de gastar mucho más de lo estimado– debe tener como contraparte y freno a un Banco Central responsable que haga cumplir lo más cercano posible al presupuesto que las naciones se imponen año tras año.

Hacer otra cosa es ir directo al despeñadero que labra la inflación. Y es que cuando el desequilibrio entre la suma de todos los bienes y servicios de un país (el consabido PIB) y la cantidad de dinero que circula es muy grande a favor de este último, la inflación está garantizada.

No hay que descartar otros factores que pueden influir a que se desate un proceso inflacionario. Sin embargo, este principio es la piedra fundacional de este proceso y es por esto que la gran mayoría de los países toman muy en serio su corolario.

¿Cómo sobrevivir a la inflación?

Debemos aclarar que en todas las economías hay un cierto grado de inflación. El problema radica en descuidar los factores indicados anteriormente a tal punto que sus índices se desboquen a cifras de dos o tres dígitos, que es cuando realmente es insufrible.

Una inflación de 2 % o 3 % anual es lo que reportan las economías sanas del planeta, pero en un país con menos de 8 % de inflación sus habitantes pueden dormir tranquilos.

En inflaciones que traspasan la barrera de los dos dígitos ya los ciudadanos empiezan a confrontar ciertos problemas para mantener su nivel y estilo de vida. Los ingresos y ahorros se ven en desventaja con tasas de intereses que pueden ubicarse por debajo de la inflación, trayendo como consecuencia pérdida de patrimonio o de capacidad adquisitiva.

Para estos casos de inflación moderada es cuando se recomienda entonces ampararse en otras monedas que resguarden el valor e ir administrándolas para alcanzar con el mismo ingreso los costos crecientes.

También se puede acudir a préstamos para colocar montos modestos en dichas monedas y apalancarse económicamente con estas colocaciones. Muy útiles para este propósito resultan los créditos inmediatos en 10 minutos que, con muy pocos requisitos y papeleos, pueden proveerte de un monto para adquirir divisas.

La otra cara de la moneda

Aunque unos altos índices pueden provocar la pobreza generalizada de un país entero, también el efecto contrario puede resultar perjudicial. La muy poco conocida “deflación” también afecta negativamente las economías.

La deflación, al contrario de su hermana la inflación, se presenta como una baja sostenida y generalizada en los precios de una economía. Es una contracción en los precios que puede ser causada, entre otras cosas, por masas circulantes deficitarias, es decir, poco dinero circulante.

Se mide a través del mismo índice inflacionario, pero expresado en magnitudes negativas. Su efecto es el de ralentizar la economía, espaciando en el tiempo el intercambio comercial y alejando la intención de compra de los consumidores, que prefieren priorizar mucho más su actividad económica.